Fantasías

De nuevo, se le ha hecho tarde. Su madre no entiende que le faltan sólo cinco minutos para rematar al dragón. Se le ha ido el tiempo persiguiendo delincuentes, ganando un mundial de fútbol, escalando la montaña más alta que recuerda y capitaneando un navío fantasma. Está agotado… Y sucio. Después de varios intentos, su madre logra convencerlo de que lo mejor es que vuelvan a casa  y borren las huellas de sus hazañas con una esponja.
Mientras le ayuda a desvestirse, deja que el agua llene lentamente la bañera. El sonido del grifo vaciándose sobre la porcelana se mezcla con la risa de su hijo. Dentro de nada estará durmiendo plácidamente junto a sus dos hermanos pequeños. Entonces ella podrá disfrutar del silencio de la noche sentada en la terraza de esa casa que comparte con un hombre amable que la escucha y cuida de ellos.


Convivencia

Cuando mi abuelo murió, no se fue
de casa. Se quedó con nosotros sin que nadie lo supiera. Yo soy el único que lo
ve deambular de un lado a otro, desubicado. Observo cómo arrastra las
zapatillas enfundado en su pijama azul, sin entender qué es lo que ocurre. Pero
es lógico. Con el tiempo, eliminamos sus muebles del dormitorio y añadimos
librerías y una mesa para el ordenador. Ahora lo llamamos “el estudio”. Mi
abuelo entra y sale de él a su antojo, buscando una pipa que no encuentra, y un
reloj de pulsera que ahora lleva puesto mi padre. Aún así, no se puede decir
que lo esté pasando mal. En otras casas, he llegado a contar hasta quince
personas.

En un abrir y cerrar de ojos

Cierra los ojos, y vuelve a tener veinte años. Se asoma a la ventana esperando ver a su novio doblar la esquina. Sabe que puede tardar, pero no le importa. Tienen toda la vida por delante.
Abre los ojos, y recupera sus noventa y dos primaveras. Es viuda, y vive en una residencia junto a otros ancianos. Observa el ir y venir de los cuidadores y los visitantes. Todo le produce sueño.
Cierra los ojos y regresa a la casa de sus padres. Se sienta en la terraza para contemplar el vuelo de las grajas y los cernícalos. Piensa que nunca verá mejores puestas de sol que las de aquel lugar privilegiado.
Abre los ojos, y vive.
Cierra los ojos, y revive.
Y así, en un abrir y cerrar de ojos, un buen día decidió revivir para siempre.