Recordaré este día siempre, aseguró.
No supo que mentía.
Escritora.
…o para leer sentado. Con música, o sin ella. En voz alta o en silencio. En cualquier caso, no te llevarán mucho tiempo.
Recordaré este día siempre, aseguró.
No supo que mentía.
Escritora.
Escritora.
Escritora.
Escritora.
El tiempo no cesaba de rediseñar sus rostros.
Escritora.
Cuando el último mamut cerró los ojos para siempre, no fue
consciente de que su muerte implicaría el final de una especie. Tampoco la
última gacela saudí ni el único lince ibérico pudieron preverlo. El último homo sapiens, intuyéndolo, no quiso creerlo.
Escritora.
Cuando mi abuelo murió, no se fue
de casa. Se quedó con nosotros sin que nadie lo supiera. Yo soy el único que lo
ve deambular de un lado a otro, desubicado. Observo cómo arrastra las
zapatillas enfundado en su pijama azul, sin entender qué es lo que ocurre. Pero
es lógico. Con el tiempo, eliminamos sus muebles del dormitorio y añadimos
librerías y una mesa para el ordenador. Ahora lo llamamos “el estudio”. Mi
abuelo entra y sale de él a su antojo, buscando una pipa que no encuentra, y un
reloj de pulsera que ahora lleva puesto mi padre. Aún así, no se puede decir
que lo esté pasando mal. En otras casas, he llegado a contar hasta quince
personas.
Escritora.
Los príncipes azules esperaban la llegada de mujeres corrientes.
Escritora.
Escritora.