Fanzana

Durante años, su palabra favorita fue alcancía. Luego vinieron otras, como cachivache, libélula y otorrinolaringólogo. Pronunciadas en alto, evocaban imágenes y sensaciones únicas que no obtenía con otras.
Después de muchas lecturas y conversaciones, cuando ya creía que sus recursos se habían agotado, el nacimiento de su hijo le abrió un mundo de posibilidades aún por descubrir. Desde entonces, sus palabras preferidas no están reconocidas por la RAE, y siempre que puede, le muestra a su pequeño académico un tetrabrik de zumo con la única intención de que él le diga manzana.

Todos los nombres

Nunca la llamó Laura, aunque la nombraba constantemente.
Amor y Tesoro eran los sustantivos que más utilizaba, si bien podían ir precedidos del adjetivo posesivo mi.
Cariño era otro de sus nombres favoritos, y por eso lo intensificaba reduciendo su extensión: Cari, tráeme esto, Cari, tráeme lo otro. En ocasiones especiales, llegando a un minimalismo compartido por ambos, Laura se convertía en K. 
Cuando se sentía un rey, la llamaba Princesa, y cuando se sabía débil, recurría a Vida.
Ella nunca echó de menos escuchar su nombre hasta el día que la llamó Claudia.

Con-tacto

Sin pretenderlo, cada vez se aísla más. Día a día su mente se esconde en las profundidades de un cuerpo impermeable a los estímulos. Hace años que no oye bien, y la vista ha empezado a escaparse de puntillas. Estoy aquí, le digo acercándome a ella, mientras veo cómo su mirada se pierde en una dirección errónea. Estoy aquí, repito tomándole la mano. Sólo entonces consigue apoderarse de las riendas atrapando la mía entre las suyas para comunicarse de la única manera que los años le permiten: llenándola de incontables besos.  

Vacío

Antes de llenarla por completo, las lágrimas encontraron dos desagües perfectos en sus enormes ojos. Dos cataratas se precipitaron desde ellos hacia la barbilla, donde confluyeron formando un único cauce que fue recogido en su regazo. La tela de su vestido se demostró entonces claramente insuficiente para contener aquel arroyo incesante que terminó empapándola por completo. En pocos segundos, el suelo de la habitación se había convertido en un charco de agua salada donde sus miedos trataban en vano de seguir vivos. Ella, incrédula y vacía, los vio extinguirse en silencio.