Cuando el vampiro me convirtió en lo que soy, me faltaba muy poco para llegar a casa. Recuerdo que tenía las llaves en la mano cuando noté que alguien se abalanzaba sobre mí. No puedo evitar sonreír cada vez que lo pienso, pero creí que podría defenderme clavándoselas tan fuerte como me fuera posible. Ahora sé que mi estrategia no hubiera funcionado, pero debo reconocer que en aquella época yo era muy inocente.
Tras saciarse con mi sangre, el vampiro me ofreció su muñeca con una única instrucción: Bebe. No tuve otra elección. Nunca antes había sentido tanta sed. Creía conocer los síntomas por las películas que había visto, pero jamás pensé que fuese algo tan terrible, tan doloroso. El vampiro me leyó la mente y sonrió. “Hay muchas cosas que no son como las cuentan”, me dijo, “pero las irás descubriendo por ti mismo. Lo principal que debes saber, es que la luz del sol no puede hacernos daño, y que nuestros colmillos no dejan marcas de ningún tipo. Con esto te basta por ahora. Ya estás preparado para buscar alimento confundiéndote entre la gente”. Y así fue. No me dio más explicaciones, así que pienso actuar igual que él. Sólo te cuento esto para que sepas lo que te espera.
(Microrrelato participante en el VIII Certamen Internacional de Microcuento Fantástico miNatura 2010)