8 segundos

   Escuchaban el rugido de un camión y continuaban jugando como si no pasara nada. Sin embargo, ya estaban en alerta. Entretenidos, intentaban pensar en otra cosa mientras el ruido se acercaba. Y entonces, lo que estaban esperando ocurría. El sonido de un claxon los avisaba de que debían correr hacia la barandilla que separaba la casa de la carretera. Allí, asomados a la vía desde un patio elevado, saludaban sonriendo a su padre durante el único tiempo que, tal vez, pasaría ese día con ellos.

Ambulancias

   De pequeña dibujaba ambulancias. Aparecían en medio de las cuartillas junto a montañas, casas y niños. Eso lo descubrió cuando ya era adulta, revisando los trabajos escolares. Entonces recordó que durante una época jugó a ser mamá. Pero no cualquier madre, sino la suya. Por eso aparecía en los dibujos, como un vehículo blanco rematado por una luz roja. Su madre no era médico, ni enfermera. Era auxiliar administrativo de un hospital situado en una isla perdida en el Atlántico. Pero también podía ser la protagonista de muchos dibujos y de esta historia.

El Sr. Díaz

   Todos crecimos alrededor del Sr. Díaz. En algún momento de la niñez, todos trepamos a la base de su escultura o jugamos a la pillada alrededor de ella. Luego, cuando la edad hizo poco prudente mantener estos entretenimientos, la plaza donde se ubica la sufrida estatua se convirtió en un recurrente punto de encuentro. Sentados en sus bancos, los habitantes de Santa Cruz de La Palma observamos al Sr. Díaz y a los niños que nos sustituyeron, mientras aguardamos pacientes lo que ha de venir.

Nostalgia

  Aquel año no llegó el verano. El siguiente, tampoco. Con el tiempo, se acostumbraron a aquella primavera otoñal que desembocaba en un crudo invierno.
   Cuando su hija llegó a la edad de las preguntas, él se vio en la necesidad de explicarle cómo eran las largas tardes de sol, el brillo de éste sobre las olas y el cosquilleo del calor en la piel. Entonces, cuando se suponía que él había llegado a la edad de las respuestas, entendió por experiencia propia el significado de la palabra nostalgia.

Fantasías

De nuevo, se le ha hecho tarde. Su madre no entiende que le faltan sólo cinco minutos para rematar al dragón. Se le ha ido el tiempo persiguiendo delincuentes, ganando un mundial de fútbol, escalando la montaña más alta que recuerda y capitaneando un navío fantasma. Está agotado… Y sucio. Después de varios intentos, su madre logra convencerlo de que lo mejor es que vuelvan a casa  y borren las huellas de sus hazañas con una esponja.
Mientras le ayuda a desvestirse, deja que el agua llene lentamente la bañera. El sonido del grifo vaciándose sobre la porcelana se mezcla con la risa de su hijo. Dentro de nada estará durmiendo plácidamente junto a sus dos hermanos pequeños. Entonces ella podrá disfrutar del silencio de la noche sentada en la terraza de esa casa que comparte con un hombre amable que la escucha y cuida de ellos.


En un abrir y cerrar de ojos

Cierra los ojos, y vuelve a tener veinte años. Se asoma a la ventana esperando ver a su novio doblar la esquina. Sabe que puede tardar, pero no le importa. Tienen toda la vida por delante.
Abre los ojos, y recupera sus noventa y dos primaveras. Es viuda, y vive en una residencia junto a otros ancianos. Observa el ir y venir de los cuidadores y los visitantes. Todo le produce sueño.
Cierra los ojos y regresa a la casa de sus padres. Se sienta en la terraza para contemplar el vuelo de las grajas y los cernícalos. Piensa que nunca verá mejores puestas de sol que las de aquel lugar privilegiado.
Abre los ojos, y vive.
Cierra los ojos, y revive.
Y así, en un abrir y cerrar de ojos, un buen día decidió revivir para siempre.

Con-tacto

Sin pretenderlo, cada vez se aísla más. Día a día su mente se esconde en las profundidades de un cuerpo impermeable a los estímulos. Hace años que no oye bien, y la vista ha empezado a escaparse de puntillas. Estoy aquí, le digo acercándome a ella, mientras veo cómo su mirada se pierde en una dirección errónea. Estoy aquí, repito tomándole la mano. Sólo entonces consigue apoderarse de las riendas atrapando la mía entre las suyas para comunicarse de la única manera que los años le permiten: llenándola de incontables besos.