Fanzana

Durante años, su palabra favorita fue alcancía. Luego vinieron otras, como cachivache, libélula y otorrinolaringólogo. Pronunciadas en alto, evocaban imágenes y sensaciones únicas que no obtenía con otras.
Después de muchas lecturas y conversaciones, cuando ya creía que sus recursos se habían agotado, el nacimiento de su hijo le abrió un mundo de posibilidades aún por descubrir. Desde entonces, sus palabras preferidas no están reconocidas por la RAE, y siempre que puede, le muestra a su pequeño académico un tetrabrik de zumo con la única intención de que él le diga manzana.

Confidencias

Era un clon de la Bella durmiente“, comentaba siempre su madre entre risas, “de pequeña no hacía sino dormir“. Entonces ella intentaba disimuilar su enfado, porque le sentaba mal que contara esas pequeñas intimidades cada vez que le presentaba a alguien. Ahora, mientras la contempla sumida en un sueño del que no regresará, daría lo que fuera por volver a escucharla de nuevo.
Microrrelato escrito para participar en el concurso Imaginarte Minificciones en Cadena. La frase de inicio debía ser “Era un clon de la Bella durmiente“.

Manual de instrucciones

De pequeña solía rogarle a su madre que le contara alguna historia y, después de insistirle mucho, se quedaba tranquila escuchando el mismo cuento de todas las noches. Esa niña tiene hoy un hijo que no para de suplicarle. Al parecer, necesita un juego para un aparato electrónico del que ella no sabe ni para qué sirve ni cómo se enciende. Impotente ante los lamentos del niño, piensa que tendrá que sentarse a estudiar el uso de semejante artilugio y, lo más complicado, el funcionamiento de su hijo.

Microrrelato publicado en La Esfera Cultural.

Teología del día a día

Como los ángeles al caer el sol, así llegan sus hijos a casa los domingos por la tarde, después de pasar el fin de semana con su padre. Para ellos, él es Dios, así que a ella no le ha quedado otro remedio que identificarse de lunes a viernes con el demonio. Algún día entenderán que las cosas no eran como pensaban, y que en realidad sus padres vivían en dos purgatorios personales, hechos a la medida de sus actos. Pero aún falta mucho tiempo para eso. De momento, los niños están en el limbo.

Microrrelato escrito para participar en el concurso Relatos en Cadena. La frase de inicio debía ser “como los ángeles al caer el sol“.

Modelos

Le dice al oído en una de las arremetidas que es imbécil, que no sabe cómo pudo casarse con alguien como ella. Los dos creen que eso es cierto. Es más, el hijo de ambos también lo piensa. Cuando sea adulto, no pegará a su mujer porque estará mal visto, pero creerá que no vale nada y se lo hará saber siempre que pueda. Si no lo hiciera así, ¿cómo educaría a sus hijos?

Microrrelato escrito para el Concurso Imaginarte Minificciones en Cadena. La frase de inicio debía ser “Le dice al oído en una de las arremetidas“.

Cambio de planes

Nada más llegar a casa, se afloja la corbata. Por desgracia, no es lo único que lo ahoga. Hace tiempo que trata de disimular el mal estado de su economía, pero cada vez le resulta más difícil. Empezó comparando precios y recortando gastos superfluos, pero ya no es suficiente. Es consciente de que no podrá ir de vacaciones con su mujer y sus hijos, y no sabe cómo decírselo a los niños. Hace tiempo que sueñan con parques de atracciones y copas de helado de tamaños imposibles, y no quiere desilusionarlos. De momento, piensa llevarlos esa misma tarde a jugar a un lugar apartado al que solía ir con su padre, una zona llena de árboles que no está lejos de la ciudad. Luego, ya se verá.
Cuando llegan, los niños no muestran mucho entusiasmo. El mayor, más aventurero que sus dos hermanas, comienza por inspeccionar el terreno. Las niñas se quedan con el padre. Él quiere enseñarles un juego, y para eso les pide que busquen algunas piedras. Como ésta, les dice, mostrándoles un pequeño canto entre sus dedos. Las niñas se miran. No entienden qué diversión puede haber en eso, pero no quieren decepcionar al padre. Al cabo de unos minutos tienen ya suficientes piedras. El niño se ha unido a sus hermanas, y ahora los tres escuchan atentos al padre. Es sencillo, les dice, pero se necesita rapidez. Con una sola mano, lanzamos una de las piedras al aire y la recogemos, pero el tiempo que tarda en caer, debemos coger una de las que están en el suelo. El padre abre la mano orgulloso, mostrándoles las dos piedras. El juego se va complicando, continúa, pues ahora son dos las piedras que tenemos que lanzar al aire, y además coger una tercera. Los niños miran atónitos cómo el padre consigue atesorar tres pequeñas piedras en su mano, luego cuatro, cinco… ¿Quieren probar? Les pregunta. Ellos practican, pero les resulta difícil. Aún así, lo siguen intentando. Y así, entre risas y juegos, pasan la tarde. Es posible escucharlos desde la carretera.
Cuando regresan al coche, ya es casi de noche. El padre los observa por el retrovisor mientras recuerdan los momentos más divertidos. Papá, tenemos que repetirlo, dice una de las niñas. Claro que sí, le responde, de eso precisamente quería hablarles…
(Relato escrito para la reunión de relatos sobre crisis del blog de Anónima Mente: diariodeanonimamente.blogspot.com)

Tejidos

De todos los colores entre los que puede elegir, la niña escoge un pequeño ovillo malva claro. Su madre le deja una de sus agujas y la sienta junto a ella. En realidad, la niña no sabe tejer, pero se entretiene enredando el hilo en la aguja bajo la supervisión atenta de su madre. La pequeña trata de imitarla, mientras la madre teje algo que aún no tiene forma, pero que ya posee infinidad de colores: el naranja luminoso de los días más felices, el gris pálido de aquéllos en los que no está para nadie, el azul celeste de cuando se siente feliz con ella misma, el verde botella de los momentos en los que sólo busca esperanza…

La niña lleva un rato observándola. Con paciencia, desenreda todo el hilo de su aguja y se lo ofrece a su madre: Quiere que el malva claro forme parte del tejido. La mujer sonríe y abraza a la pequeña. Acepta su sugerencia, aunque sabe que es innecesaria: La niña es un hermoso hilo dorado con el que teje desde hace tiempo.

(Para Johanna Rosbeck: Gracias por tu hilo. Espero que encuentres los colores más maravillosos)

Retorno

Todos los días repetimos la misma escena. Sentada a tu lado, sosteniendo un plato de comida triturada en una mano y un cubierto en la otra, te suplico que comas. Sé que me oyes, aunque no hay signos de ello en tu mirada perdida, y a veces tengo la sensación de que no me conoces. Trato de convencerte de que abras la boca, pero aprietas los labios y haces de cada bocado una lucha.
Mientras tanto, continúo mirándote a los ojos y trato de encontrar en ellos a aquella mujer que dio a luz a una niña prematura. No sé si lo recuerdas, pero durante un mes fuiste todos los días al hospital para darme de comer. Puedo imaginar los nervios que tendrías al alimentar un cuerpo tan pequeño, tu preocupación por mantenerme viva.
Y después de tantos años, soy yo la que intenta que comas, pero te niegas a hacerlo. Veo cómo tu cuerpo mengua y se hace cada vez más frágil, reducido a piel y huesos. Y ojos. Unos ojos que parecen ver algo que yo aún no entiendo.
Relato publicado en La Esfera Cultural.

Momento único

Pedro, el oculista, ha salido corriendo. Atónitos, sus pacientes lo ven alejarse por el pasillo. No logran entenderlo. Es más, nunca han presenciado algo así.
Pedro sigue corriendo, y a su paso va dejando la misma expresión de asombro en todo aquél que lo ve atravesar el hospital. La mayoría lo identifica como el doctor Ruipérez, el conocido oftalmólogo, pero en ese momento es sólo un hombre que corre para llegar a tiempo. Y parece que va a conseguirlo. Al fondo, ve una enfermera que le sonríe. Cuando llega a su lado, está sin aliento. Llegas tarde, le dice ella. Tu mujer ha tenido un niño.

(Relato escrito para el concurso Relatos en Cadena: escueladeescritores.com/concurso-cadena-ser. El comienzo debía ser “Pedro, el oculista, ha salido corriendo“)

Papiroflexia

Siempre le había gustado la papiroflexia. Cuando era pequeña, su padre le había enseñado algunas formas básicas, como el clásico avión, el barco, o la pajarita. A partir de ese momento, siguió investigando por su cuenta nuevas formas de transformar el papel, convirtiendo cada pedazo que caía en sus manos en algo sorprendente. En pocos segundos, las servilletas de las cafeterías se convertían en una flota improvisada, y las cartas del banco pasaban a ser un zoológico de lo más variopinto, donde un elefante y una paloma podían convivir junto a un dragón o un brontosaurio
Una tarde, como tantas otras veces, tomó el papel que tenía ante ella y lo dobló por la mitad. Luego, siguió ensayando nuevos pliegues, hasta obtener una figura. Poco convencida, observó el resultado y frunció el ceño. Uno a uno, desanduvo todos sus pasos hasta tener entre sus manos un trozo de papel arrugado. Lo contempló durante unos instantes, y lo guardó en el cajón de su mesa de noche, a la espera de un nuevo intento.
Sin embargo, sabía que jamás conseguiría transformar ese papel. Por muchos dobleces que hiciera, seguiría siendo lo mismo: una nota escrita por su padre justo antes de quitarse la vida.