Sigilo profesional

No dije que lo sabía. Cuando llamó para contármelo, yo ya estaba subiendo al taxi, así que lo tenía todo decidido. Simplemente le dije que no podía creer que nos hubiera tocado la lotería, que qué bien, y que en cinco minutos estaría en su casa para celebrarlo. Cuando me despedí, noté que el taxista había estado pendiente de la conversación. Sonriente, trató de felicitarme, pero lo interrumpí enseguida y ya no volvió a dirigirme la palabra hasta que llegamos. En la media hora que duró el trayecto, sólo se escuchó una frase: “al aeropuerto, por favor”.

(Relato escrito para el concurso Relatos en Cadena: escueladeescritores.com/concurso-cadena-ser. La frase de inicio debía ser “no dije que lo sabía“)

Confusión

Él era miope y despistado, y por eso trataba de compensar su total ensimismamiento con grandes dosis de planificación. Nunca dejaba algo al azar, todo en su vida estaba medido y calculado con precisión.
Mantenía desde hacía tiempo una relación estable con la hija de su jefe, una mujer tranquila, de hábitos también predecibles -es decir, una mujer acorde a las circunstancias. Tenían por costumbre ir juntos al cine los domingos, siempre a la misma hora. Sin embargo, aquel día ella no se presentó.
Durante unos instantes él se sintió confuso, frustrado, pero decidió continuar con sus planes como si nada hubiera ocurrido. No había nada que le irritara más que lo imprevisto…
Cuando se apagó la luz de la sala, la vio entrar y le hizo señas para que acudiera a sentarse a su lado. Él suspiró aliviado pues todo parecía volver a su cauce normal… Todo salvo un detalle, y es que la chica que se había acomodado en la butaca de al lado y que ahora le miraba con ojos tiernos no era ella.
“Por fin te has decidido”, le susurró al oído una voz insinuante. Por toda respuesta recibió una mirada llena de asombro. Reconocía a la mujer sentada a su lado, pues eran compañeros de trabajo, y sabía que ella sentía atracción por él, pero nunca había hecho caso de sus insinuaciones más o menos manifiestas. Y ahora la tenía sentada a su lado y le permitía que se abrazara a él… La situación le parecía tan descabellada e irreal que no podía ser cierta. Sumido en la confusión, se mantuvo callado toda la película.
Cuando salieron del cine ya había anochecido. Un escalofrío recorrió la espalda de él, no tanto porque su abrigo era insuficiente como por el desasosiego de no saber qué hacer. Se sentía culpable, y no se creía capaz de aclarar la situación. Al fin logró articular una pregunta: “¿Cómo actuaremos mañana, cuando lleguemos a la oficina?”. “¿Mañana?”- preguntó ella a su vez- “Mañana es domingo”.

Tengo un problema

Desde hace poco tiempo he notado que, cuando me pongo los zapatos, siempre empiezo por el derecho. Y lo mismo me ocurre con los calcetines y con los pantalones. Sin embargo, soy incapaz de hablar por teléfono sosteniéndolo con la mano derecha, y al peinarme empiezo siempre por el lado izquierdo. Nunca cambio. Y eso me preocupa, porque con los años las tendencias que tenemos se acentúan. Y yo no quiero convertirme en un maniático… Tengo que hacer algo, y tengo que hacerlo ya. A partir de hoy, comenzaré a hacerlo todo por el mismo lado. Lo que no tengo claro es si empiezo por el derecho o por el izquierdo.