Literatura de viajes

   Dejaba la mente a la deriva y llegaba a lugares insospechados. El hábito de escribir le vino después, de la necesidad de contar esos periplos. Sus lectores, ávidos de datos biográficos, se convencieron de que aquellos sitios extraños eran metáforas de otros a los que se podía llegar físicamente. Nada más lejos de la realidad. Por mucho que insistiera en desmentirlo, el escritor se esforzaba en vano, y aquellos lugares tan suyos permanecían inaccesibles a su pesar.

Promesas

   Va vestida de blanco por una promesa. Se la hizo a la Virgen de las Nieves un día que ya nadie recuerda. Desde entonces, cumple su palabra llevando una bata blanca sobre los vestidos que varía cada día, como un uniforme que evoca la imagen de su devoción. Han sido muchas las personas que la conocieron llevando esa indumentaria, pero nadie sabe a ciencia cierta el motivo. El silencio sobre esa verdad, solo ella puede romperlo.

Convivencia

Cuando mi abuelo murió, no se fue
de casa. Se quedó con nosotros sin que nadie lo supiera. Yo soy el único que lo
ve deambular de un lado a otro, desubicado. Observo cómo arrastra las
zapatillas enfundado en su pijama azul, sin entender qué es lo que ocurre. Pero
es lógico. Con el tiempo, eliminamos sus muebles del dormitorio y añadimos
librerías y una mesa para el ordenador. Ahora lo llamamos “el estudio”. Mi
abuelo entra y sale de él a su antojo, buscando una pipa que no encuentra, y un
reloj de pulsera que ahora lleva puesto mi padre. Aún así, no se puede decir
que lo esté pasando mal. En otras casas, he llegado a contar hasta quince
personas.

Vacío

Antes de llenarla por completo, las lágrimas encontraron dos desagües perfectos en sus enormes ojos. Dos cataratas se precipitaron desde ellos hacia la barbilla, donde confluyeron formando un único cauce que fue recogido en su regazo. La tela de su vestido se demostró entonces claramente insuficiente para contener aquel arroyo incesante que terminó empapándola por completo. En pocos segundos, el suelo de la habitación se había convertido en un charco de agua salada donde sus miedos trataban en vano de seguir vivos. Ella, incrédula y vacía, los vio extinguirse en silencio.

Adiestramiento

Los lanzaban al mar. Antes de que cumplieran cinco años, los arrojaban a los brazos de las olas para que aprendieran a navegar en ellas por sus propios medios. Aunque la mayoría adquiría la destreza necesaria con estos métodos, uno de cada cien niños desarrollaba miedo al agua. De cada mil, uno o dos sufrían erupciones en la piel. Sólo uno entre un millón se convertía en sirénido.